divendres, 24 de juny del 2011

Feliç qui ha viscut dessota un cel estrany,
i de la seva pau no es mudava;
i que d
uns ulls damor sotjant la gorga blava
no hi ha vist temptejar l
engany.
Carles Riba

El silencio de las sirenas

Cuando vi a Elsa yaciendo muerta entre la primera nevada que cubría aquel maravilloso paraje, lo primero que pensé fue en la soledad en la que viviría ahora. Porque  Elsa de alguna manera había irrumpido en la rutina de mi vida, desde que llegué a aquel pueblo tan desolado.
No quise culpar a nadie de su muerte, pero no hacerlo, al mismo tiempo, me parecía un poco hipócrita por mi parte.
Así que decidí mandar la última carta hasta Barcelona. Dirigida a la persona que había llevado a Elsa a la locura.
La mandaría por supuesto en nombre de ella, como si después de fallecer hubiera tenido que despertar para acabar de explicarle a Víctor Valdés el porqué de su muerte. Para que de alguna manera fuera capaz de entender lo peligroso que puede llegar a ser jugar con los sentimientos de las personas, sobretodo en la distancia. Y que no necesariamente  tienes que conocer demasiado a una persona para que pierda la cabeza por ti.
Son cosas que sé que Elsa creía obvias, y a alguien como Víctor Valdés no haría falta que nadie se las explicara, y más después de la serie de carta que Elsa había mandado, dedicando noches enteras, buscando las palabras adecuadas que describieran lo que sentía por él.
Pero Elsa, desde que tuvo todos aquellos sueños que le permitían conocer a su amado más de cerca, vivía sumergida en un mundo irreal. Creado entre los sueños y la imaginación, creyendo ver lo que no se parecía a la realidad ni en el color. Así que no estaba en condiciones de decidir la obviedad de ciertas cosas.
Mi intención no era la de hundir a Víctor Valdés por un gran sentimiento de culpa, aunque si la preocupación que pretendía poner en leer mi carta, era la misma que ponía en la de Elsa, mi mayor logro sería conseguir que la leyera entera, ya que tuvo la amabilidad de avisar de que no tenía ninguna intención de abrir ni una carta más.
Mi intención, como decía, no era esa, si no la de hacerle sentir mal, mal de verdad, una carta que le quitara el sueño de una semana. Porque cualquier dolor que le causara, siempre estaría a años luz del que le había ocasionado a Elsa. Un sufrimiento que solo acabó en morir ella.
Me dispuse a escribir, y este fue el resultado:
Querido Víctor, Por última vez, me dirijo a ti, sin más voluntad que la de informarte de lo último ocurrido y explicarte el porqué de los hechos.
Ayer, fue mi funeral (mis disculpas por no haberte avisado con más antelación). Cuando  mi salud escaseaba, todavía pudo caer más. Así que decidí dejar caer mi cuerpo sobre las montañas de las Alpujarras. La situación llegó a este extremo gracias al delirio constante en el que mi mente vivía. Creyendo que nuestro amor era compartido. Buscando mensajes subliminales en cada una de tus cartas más simples, en cada uno de los libros que me recomendabas leer. Sometiendo a sesiones de hipnosis para poder volverte a ver. No sé si llegué adarme cuenta en el momento que rechazabas mi correspondencia, que nunca hubo ninguna relación, nunca nos conocimos. Pero para seguir con vida tenía que haberme dado cuenta de eso un poco antes.
Con todo mi amor que sobrepasó la realidad. Elsa.